sábado, 17 de septiembre de 2011

El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.

Mario Benedetti.



“El tío Mike”


El teléfono despertó de su letargo… en la tercera llamada la mano de

Laura descolgó el auricular.

Su piel intensifico el tono apiñonado, los labios entreabiertos le dejan un hueco.

Con los ojos avispados trata de adivinar el lugar desde donde Mike habla; la

sorpresa provoca su alergia; en un estornudo millones de gotitas llueven sobre la alfombra.

Mike había anunciado su llegada en un par de semanas más; ahora la llama, la

espera en el centro, frente a Sanborns, tiene dos días en la ciudad.

Una curva traza la calle y en lo que parece su principio, de un lugar profundo

lo ve acercarse: es uno, es todos, ayer, hoy, rostros que viven; reviven en él.

Su corazón se expande, privatiza con su halo la lía de hermanos.

Tropiezan con la gente, son como ciegos en la calle, todo les estorba ante la prisa de encontrarse en el abrazo.

Mike empuja la puerta del restaurante y cede el paso a Laura.

El pequeño pasillo que da acceso al bar esta flanqueado por vitrinas llenas de cristal que en sus cortes tienen la orden de plagiar los destellos de la noche.

Cinco pasos para llegar a la escalera con igual número de peldaños.

El bar atrapo la noche; sobre las mesas hay velas, tiemblan furtivas e indiscretas alisan contra el techo rubia cabellera.
La mesera se acerca. Mike ordena sin consultar a Laura:

-café y pay de queso-


Las palabras llevan prisa. Sin orden para establecer el dialogo, chocan, sin esperan la respuesta a sus interrogatorios.

En la mirada de ambos los recuerdos se anegan
el tiempo adelgazo la epidermis del alma
lo cotidiano fragmento el deseo
fue fácil triturar la farsa
un hombre se quedó sin hijos.

Los hermanos se nutren de condolencias han llegado desde el fondo de los empeños, fraternos se ofrecen dulce acritud.

Mike ha regresado a casa, Laura percibe olor de moho, piensa en los hombres que se humedecen por dentro.

Laura sacude la cabeza, el polvo de ayer se aleja.

La mesa redonda se llena de planes, edificaciones sobre cimientos huecos.

- me siento suspendido en el aire-

Laura recurre al ofició femenino, hilvanar costuras de hombres rotos.

-En este pedazo de mapa, lejos de tu costa tienes casa.
Ocupa el silencio en limpiar, descansa la lengua.
En cada recoveco te vas a encontrar-

Afuera la tarde se fatiga se arropa.
Gris, el día tiende su sabana
bosteza vaho frio
empuja la basura sin resentimiento
lista la pausa
tal vez mañana…

transcurren los días, uno, dos, quince.

Mike se atraviesa, la angustia lo sigue con su navaja, el corazón a fuerza de la herida lo delata.
Llega a la casa sin mirar las calles que pisa.
Los faroles alumbran hastío vencido.
Las paredes están pintadas de blanco silente.


En otro lugar el teléfono irrumpe con un timbrar antiguo, molesto; la mañana llega a ocupar su turno. Laura cobra deudas a la noche y deja sobre la almohada su angustia enmarañada.


Laura descuelga el auricular:

La comunicación es mala, el zumbido y aleteo de una mosca le dan al momento el sentido de realidad, Laura esta angustiada, escucha por un instante, solo emite una frase:

-Mike no te vayas, espérame-

Frente al espejo se refriega los ojos, lamenta no poder borrar el azul grisáceo que le hunde la mirada.

Laura da salida a tantos poquitos acumulados. Antes de salir en busca de Mike, llora.

En el departamento de Mike dos cajas representan la espera, quizá estén llenas de su conciencia flagelada.

Laura no encuentra las palabras; durante el camino a casa de Mike pensó en cómo convencerlo de quedarse y ahora se repliega en sus mocedades.
Detiene los pasos sobre el tapete de bienvenido, así como los golpes sobre la puerta que le han de avisar a Mike de su presencia.
Laura se arregla (las mujeres llevan consigo un reflejo)
humedece el cojincillo del dedo índice y lo aplica en las ojeras, acomoda su peinado de forma que le oculte la palidez en las mejillas.

Sentados frente a frente armonizan recuerdos.

La tarde transcurre, Laura se despide.
Las palabras claves no salieron del escondrijo.

El invierno llega a la ciudad, se unifican las actividades, la gente camina más de prisa; busca en los aparadores todo aquello que soborne su fragilidad.


El comercio cumple los más preciados deseos, los días transcurren


afectados por la publicidad, formando en los sentidos nubes que

esconden un año lleno de sobresaltos.

Mike camina sobre sus vestigios.


Sueña que en las manos le crecen flores, un goteo con grandes intervalos las mantienen húmedas y rojas.

Enero no ha llegado sobre montura de reyes. LETICIA DIAZ GAMA