sábado, 9 de noviembre de 2013

Agnes

Agnes “Mi sueño es vivir en una cultura mejor, donde la hospitalidad y el respeto sean los valores principales. Cada mañana me levanto y hago mucho más que escribir, para que al siguiente día pueda despertar en mi propio sueño. Sólo falta saber ¿Qué harás tú para poder compartirlo?...” D.E.P. AGNES TORRES H. El sátiro atiza la hoguera caldea el veneno del caos Agnes incienso allende del aire Sílfide batiendo el vuelo con alas de sangre huracán en tu pecho abierto bocanada del cielo que disipa el polvo negro remonta la luna de tu cuello al vasto añil te guía el mancebo novia del gran astro cortejo de ángeles encaminan tu paso alfombra de azulinas para la novia de la luz tacones de punta incrustaciones de Sirius biombo de lluvia alcahuete del sol sostienen tus pechos organza de siete tonos coro de querubines para la variable eclipsante Ninfa la amante desposada del Sol juez Cordero de Dios. LETICIA DIAZ GAMA

El Ábaco

lllEL ÁBACO La radio motiva la imaginación de la mujer que combina las texturas y los colores de las verduras. En la cocina las manos se vuelven obreras: trabajan solas mientras los ojos se extravían y pueden mirar el reflejo del pasado sin dejar ciego al presente. Hoy es día 28 de octubre y una mujer busca entre sus años a los seres que vio morir accidentados. Recuerda: Margarita murió en un ambiguo accidente: en una mañana tibia, inofensiva, empezada apenas; con bostezos de luz, arrinconada, desperezándose en las aceras ensombrecidas. Fue una muerte violenta para una vida tan reciente. Margarita visitaba a mi madre de vez en cuando; irrumpía en su cocina para oler los guisos que burbujeaban sobre la estufa. A sabiendas de la hora en que se cocinaba en casa, hacia una pausa antes de llegar a la suya, para tomar con la cuchara una pruebita del estofado, picadillo o potaje. Sobre el dorso de la mano los saboreaba, en una especie de cata, antes de ser servidos en la mesa de los estudiantes, que se hospedaban por largos periodos en la casa de huéspedes de mi madre. Sus pómulos rosados (al contacto con el calor de la nube olorosa y la pequeña quemadura en los labios) incrementaban su color al tono de la piel de un durazno. Las carcajadas sacudían todo su cuerpo, su cadera frondosa daba vida a la tela de su falda. Yo la escuchaba desde mi cuarto. Muchas veces me hice la pregunta de cómo siendo tan joven, apenas una adolescente, pudiese bromear con tanta facilidad con mi madre, uno siempre piensa en la edad cronológica y no en la intemporalidad del alma. Un día de tantos emigro a otra ciudad. Siguiendo la ruta del deseo llegó al calor de la selva de Cancún donde encontró la respuesta al llamado de su corazón. Su vientre se lleno de empeños. Parecía estar iluminada por un halo de luz. Los acontecimientos se sucedían a zancadas, teníamos prisa. Por mi madre supe de su regreso. No venía sola. En los brazos sostenía un niño regordete, con hoyuelos en las mejillas y con miles de sonrisas, igual a ella. La madre de Margarita, para entonces, peinaba cabellos grisáceos. Estaba lista para lo que seguía en su vida y, así fue. Margarita le dio un nuevo sentido a los casi sesenta años de su madre, la convirtió en abuela. El destino se mostraba económico, sin más ni menos para llenar los días cotidianos y prudentes. Uno de estos, donde lo absurdo se cumple… Margarita dejo todo a medias: Sin sonrisa, tan solo una mueca; Con preguntas y sin respuestas. Aquella mañana Margarita no quería dejar el lecho. Envuelta en el edredón de su hijo la vida no transcurría, el reloj tenia por manecillas el abrazo de dos. -¡Mamá, olvide el ábaco del niño, no tardo, voy de regreso al kínder!- -Quédate hija, vamos a desayunar- Pero, Margarita ya era moribunda. La puerta se cerró. Remedo la pesada losa que cubre los sepulcros. Para evitar el resplandor del sol, Margarita entrelazó las manos, y se hizo una sombra a la altura de los ojos. Se recargo en una de las bardas donde confluían las dos calles; desde el paradero de autobuses vio pasar, uno a uno, los camiones. Dos autos dieron cese a su loca carrera, haciendo su remate sobre la moto estacionada en la banqueta; esta se elevo, para luego caer, a ultranza, sobre Margarita. La espera concluyó… La mujer en la cocina salpimienta la sopa y las heridas; hace con el caldo un remolino donde ahoga el llanto que le provoca mirar hacia el pasado, desde donde escucha los gritos de una mujer enloquecida. -¡Mi hija!- Margarita yace sobre la banqueta, tiene los ojos sangrantes y esta partida en dos. Fuera del pecho, extraviado… palpita un corazón. LETICIA DIAZ GAMA