miércoles, 14 de marzo de 2012

MIGUELITO

MIGUELITO

Miguelito es un guerrero, lo sigue la tropa; recluta en su casa convertida en cuartel. Siempre avizor cuida el castillo que su mente dibuja. Bajo la mesa y las sillas fabrica trincheras; frente a su casa el campo de guerra donde se arrastra con el casco sembrado de hojas que camuflan su presencia.
Los soldados lo siguen; pecho tierra estropean la hierba. Ante la carga de los gigantes: huyen lagartijas, hormigas, cochinillas, ciempiés. Es inútil los hoyos no fueron suficientes: la baja es total quedan desechas tras la embestida.
De noche las luciérnagas juegan a ser cielo. El soldadito se tira sobre su espalda; cruza la pierna y descansa; momento de atrapar en un frasco las estrellas.
Miguelito encuentra un tesoro; poseerlo le da más emoción al juego. La caja guarda monedas de plata. Con la mano palpa el alto relieve:
Es un caballero espigado, lleva la espada atada al cinto. No hay que mirarlo para adivinar que el casco es color ocre.
- ¡Seguro es un capitán!
Los niños rodean la caja; admiran el tesoro que las manos del capitán sostienen con fuerza.
- Amigos lo voy a devolver a su lugar porque eso me enseño mamá. Ella no sabrá; las tome prestadas, así que todos callados, ni aún bajo tortura dirán nada.
La mamá de los niños limpia el cuartel; de cuando en cuando se sienta en el borde de la cama, descansa, piensa en sus cuatro hijos, mira al suelo y resuelve en su mente.
- Dios me de vida para dejarlos grandes, son buenos y quiero que vivan mejor.
Sus ojos se inundan, busca un pañuelo y abre el cajón. La caja de lata con sus monedas de colección ha desaparecido. Revuelve la casa; para ella las monedas en ese momento no tienen valor. La aflige la acción; sus hijos no roban.
Abatida los observa: son incógnita y reproche; le colman la paciencia y el amor; juegan con el viento en la cabeza; el pantalón roto y las orejas llenas de tierra. Piensa en un castigo ejemplar, tiene la certeza de que es un juego más; los reúne en la cocina y enciende la hornilla. Los niños tiemblan, entrelazan las manos al modo de los prisioneros en la serie de televisión. Están dispuestos a someterse al juicio.
- ¿quién tomo las monedas? Si no dicen la verdad, tendrán que poner las manos sobre el fuego.
Son soldados, conocen la lealtad.
La madre ordena:
- Uno a uno pasarán.
Los cuatro muros se convierten en el purgatorio de la inocencia.
Los jueces codician ángeles y los acechan en los rincones; crujen vestidos de trastos. De peltre es la toga y el birrete.
El más pequeño endereza la cabeza, se muerde los labios y de rodillas pide perdón:
- ¡Fui yo mamá!
LETICIA DIAZ GAMA