miércoles, 15 de abril de 2015

DELIREMOS


DELIREMOS

 

Te voy a leer hasta que tus labios yertos

se partan y brote la sangre que en tinta

siga hablando a los muertos

 

acaso tú eres el que prevalece

en  el texto divino

 

se muere el que a su paso

no gestó memoria

 

vives tú edificador

 

tus fuentes salpican las almas con letras

quien se acerque a tus aguas

sin mascaras

prolongue la fiesta

 

libres de atavíos  atravesados

lejos las migajas del copioso manjar

 

das a los pobres

tus letras a cambio de oprobios

 

el desheredado  en el cielo

gano su lugar

ya no le sirve la libertad

 

deja a sus hijos la daga

muera el deseo

 

semana santa y resurrección

el ángel azul roba las almas

 

Galeano al cielo de los pobres

en la segunda clase

donde se atesta de niños

 

desde ahí seguirá la lucha

por un cielo para todos

 

LETICIA DIAZ GAMA

lunes, 1 de diciembre de 2014

TU Y YO


TÚ Y YO

 

Desde la ventanilla del camión puedo ver  mi recorrido: un trozo de tiempo que me toca; la calle de un sábado donde tu vida y la mía deambulan; la cinco de mayo que se abre a tu paso.

Los suspiros se enredan en la arboleda…

 

Llegaré caminando del Paseo Bravo y por la Reforma al encuentro con tu alma.

 

¿Te has desviado? seguro pasas primero con el Señor De Las Maravillas.

Pídele el milagro.

 

De fierro forjado la banca donde  tú y yo refrendamos el encuentro.

 

 Llueve desde abril…

 

Un charco se empeña en despegar las suelas de mis zapatos.

 

LETICIA DIAZ GAMA

Muerte de la conciencia


LA MUERTE DE LA CONCIENCIA

 

Pájaros con picos de navaja

hurgan sobre greñas encrespadas

abren huecos en el porvenir

taladran la tierra fértil

sacan las raíces

dejan inservible al sol

 

los días ya no se cuentan

no cuentan 

desamparo en la ciudad

 

la arboleda se extingue

sepultada por avalancha de concreto

 

Sodoma y Gomorra

Barrio de los sosos

 

el gueto se extendió sin disimulo

los insaciables arañan las paredes

vacían sus vientre distendidos

en los caminos a sí mismos

 

el diablo los visita y

es recibido sin bonanza

con el caldero vacio

con la estopa en la boca

con el humo en la cara

 

aberrados se comen los deseos

abren la bocaza y vomitan los espejos

el festín es un todo viernes

 

giro irremediable

las cabezas se desprenden

como globos se alejan más allá del aire

 

para el chacal no hay nada

mascota inadvertida

 

todo se repite

la eyaculación para un solo molde

fertiliza testaruda plaga

 

rostros invisibles

han olvidado su potencial semejanza

no saben del retorno

 

la vida dista de ser maestra

deja su huella  y al instante

la calzó la nada

 

 su hijo es el  hereje

sangre de entenado

la historia empieza desde su propia muerte

 

navaja de mariposa

en el pecho su funda ignominiosa

con ella se escarban los ojos

para ignorar al que no quieren invocar

 

ciudad herida que chorrea hijos purulentos

lo que comen no sacia el apetito de la muerte

ella desdeña lo inherente

 

alma inerme que flota, asciende y se arrastra

de inútiles significaciones

paria ante sí y espejo roto en el otro.

 

LETICIA DIAZ GAMA                                              

miércoles, 9 de julio de 2014


EL ESCUADRÓN DE LA MUERTE

Harto de darle vueltas al mismo asunto, despedace  los documentos y los arroje al bote de basura.

 

Tome mi chaqueta y no tuve que despedirme de nadie de la oficina: todos se habían marchado.

 

Ya era muy tarde,  más de la media noche. Inútil el tiempo que permanecí en el paradero, creo que solo cumplía con mi rutina. Corte  la inercia; golpee la lata que alguien había tirado. Pensé, aburrido, en el largo tiempo que pasaría antes de su destrucción.

 

Alcancé mis pasos.

 

Al cruzar la avenida las lámparas delineaban la frontera con el otro mundo.

 

Sobre el pavimento la luz dibujó círculos blancos.

 

Fuera del cerco: la lobreguez y el vacío como precipicio.

 

Seguí  mis pasos con la mirada en ellos. El dolor en la nuca, producto del largo rato en que me había mantenido con la cabeza inclinada, me obligo a estirar el cuello.  Así alivie un poco la molestia.

Pero…   la obsesiva  lucidez segó mis ojos.

Me sacudí  para deshacerme del sueño.

 

El ruido ensordecedor de un motor a más de cien, convirtió las sacudidas en estremecimientos.

 

Salte para librar la embestida de aquel auto sin chofer: el volante refería las manos enguantadas, fijas al disco que tutelaba la loca huida.

 

En el filo de la banqueta arquee el cuerpo en un acto circense involuntario.

 

¿En dónde estoy?

 

Frente a mí, a  una distancia de tal vez dos metros, se levantaba un muro de fango espumoso, enredado por hilos de agua negra que hacían madejas al parecer impenetrables.

 

La sensación de escarcha en la garganta apago el grito de la angustia.

 

Delante de mí la negrura me hizo la invitación a lo vedado.

 

Me encontraba en el límite.

 

Y…

 

 El contraste me saco de la luz y de las tinieblas.

 

El tórculo, amenazante,  me apuro a avanzar…

 

Penetre en la frondosidad de la noche.

 

¿Cómo ver?

 

¿Adivinar  en aquella noche tan oscura?

 

Extendí  los brazos en un ejercicio de fe para dar forma a aquella profundidad.

 

El miedo fue lo que palparon mis manos.

 

Sentía las piernas pesadas, torpes.

 

El lodo envolvió mis zapatos e hizo extremosa las andanzas por tan tortuosos caminos. 

 

Con las rodillas flexionadas, casi sentado, examine inseguro el terreno.

 

El silencio conforme avanzaba quedo atrás.

 

Tan lejos o tal vez cerca, escuche murmullos salpicando el aire.

 

El  discernimiento era confuso.

 

Desesperado, busque en las bolsas del pantalón los cerillos.

 

Alguien más se hundía en el fango:

 

Pude mirarlos mientras despegaban con fuerza, muy lentamente,  los pies de aquella especie de barro.

 

La ignominia los conjunto.

 

Sin  la posibilidad de acallar su apuro por respirar.

 

Niños, niños, niños clavados en el cuadro de la noche.

 

Sus  ojos en par hacían un juego de fichas blancas sobre el tablero de la oscuridad.

 

Expectante, asistí al demencial destino.

 

Eran, fueron niños.

 

El vacío se llenó con presencias,  el silencio torno en ruidos.

 

Los pasos de plomo, y la dentadura expuesta para completar la escena siniestra.

 

Gritos ahogados con estopa.

 

Y…

 

Garras cegadoras.

 

La fuerza brutal de los cazadores de niños logro atraparlos como moscas que molestan en el aire del delirio.

 

En sacos de manta, a rastras…  se los llevaron.

 

Toque mi rostro, deseaba llorar.

 

Cerré los ojos, quería soñar.

 

La noche acabo, me aleje.

 

Las maquinas barrieron y lavaron el pavimento.

 

La explanada del barrio se alfombro con pasto sintético.

 

Al centro pusieron el poste que roza la espuma del cielo.

 

Desde ahí se aprecia el anuncio:

 

Bienvenidos turistas.

Aquí yace la alegría.

¡Que ruede el balón y detrás de él los niños del mundo!

 

LETICIA DIAZ GAMA

sábado, 9 de noviembre de 2013

Agnes

Agnes “Mi sueño es vivir en una cultura mejor, donde la hospitalidad y el respeto sean los valores principales. Cada mañana me levanto y hago mucho más que escribir, para que al siguiente día pueda despertar en mi propio sueño. Sólo falta saber ¿Qué harás tú para poder compartirlo?...” D.E.P. AGNES TORRES H. El sátiro atiza la hoguera caldea el veneno del caos Agnes incienso allende del aire Sílfide batiendo el vuelo con alas de sangre huracán en tu pecho abierto bocanada del cielo que disipa el polvo negro remonta la luna de tu cuello al vasto añil te guía el mancebo novia del gran astro cortejo de ángeles encaminan tu paso alfombra de azulinas para la novia de la luz tacones de punta incrustaciones de Sirius biombo de lluvia alcahuete del sol sostienen tus pechos organza de siete tonos coro de querubines para la variable eclipsante Ninfa la amante desposada del Sol juez Cordero de Dios. LETICIA DIAZ GAMA

El Ábaco

lllEL ÁBACO La radio motiva la imaginación de la mujer que combina las texturas y los colores de las verduras. En la cocina las manos se vuelven obreras: trabajan solas mientras los ojos se extravían y pueden mirar el reflejo del pasado sin dejar ciego al presente. Hoy es día 28 de octubre y una mujer busca entre sus años a los seres que vio morir accidentados. Recuerda: Margarita murió en un ambiguo accidente: en una mañana tibia, inofensiva, empezada apenas; con bostezos de luz, arrinconada, desperezándose en las aceras ensombrecidas. Fue una muerte violenta para una vida tan reciente. Margarita visitaba a mi madre de vez en cuando; irrumpía en su cocina para oler los guisos que burbujeaban sobre la estufa. A sabiendas de la hora en que se cocinaba en casa, hacia una pausa antes de llegar a la suya, para tomar con la cuchara una pruebita del estofado, picadillo o potaje. Sobre el dorso de la mano los saboreaba, en una especie de cata, antes de ser servidos en la mesa de los estudiantes, que se hospedaban por largos periodos en la casa de huéspedes de mi madre. Sus pómulos rosados (al contacto con el calor de la nube olorosa y la pequeña quemadura en los labios) incrementaban su color al tono de la piel de un durazno. Las carcajadas sacudían todo su cuerpo, su cadera frondosa daba vida a la tela de su falda. Yo la escuchaba desde mi cuarto. Muchas veces me hice la pregunta de cómo siendo tan joven, apenas una adolescente, pudiese bromear con tanta facilidad con mi madre, uno siempre piensa en la edad cronológica y no en la intemporalidad del alma. Un día de tantos emigro a otra ciudad. Siguiendo la ruta del deseo llegó al calor de la selva de Cancún donde encontró la respuesta al llamado de su corazón. Su vientre se lleno de empeños. Parecía estar iluminada por un halo de luz. Los acontecimientos se sucedían a zancadas, teníamos prisa. Por mi madre supe de su regreso. No venía sola. En los brazos sostenía un niño regordete, con hoyuelos en las mejillas y con miles de sonrisas, igual a ella. La madre de Margarita, para entonces, peinaba cabellos grisáceos. Estaba lista para lo que seguía en su vida y, así fue. Margarita le dio un nuevo sentido a los casi sesenta años de su madre, la convirtió en abuela. El destino se mostraba económico, sin más ni menos para llenar los días cotidianos y prudentes. Uno de estos, donde lo absurdo se cumple… Margarita dejo todo a medias: Sin sonrisa, tan solo una mueca; Con preguntas y sin respuestas. Aquella mañana Margarita no quería dejar el lecho. Envuelta en el edredón de su hijo la vida no transcurría, el reloj tenia por manecillas el abrazo de dos. -¡Mamá, olvide el ábaco del niño, no tardo, voy de regreso al kínder!- -Quédate hija, vamos a desayunar- Pero, Margarita ya era moribunda. La puerta se cerró. Remedo la pesada losa que cubre los sepulcros. Para evitar el resplandor del sol, Margarita entrelazó las manos, y se hizo una sombra a la altura de los ojos. Se recargo en una de las bardas donde confluían las dos calles; desde el paradero de autobuses vio pasar, uno a uno, los camiones. Dos autos dieron cese a su loca carrera, haciendo su remate sobre la moto estacionada en la banqueta; esta se elevo, para luego caer, a ultranza, sobre Margarita. La espera concluyó… La mujer en la cocina salpimienta la sopa y las heridas; hace con el caldo un remolino donde ahoga el llanto que le provoca mirar hacia el pasado, desde donde escucha los gritos de una mujer enloquecida. -¡Mi hija!- Margarita yace sobre la banqueta, tiene los ojos sangrantes y esta partida en dos. Fuera del pecho, extraviado… palpita un corazón. LETICIA DIAZ GAMA

sábado, 9 de junio de 2012

SE VENDE AIRE

SE VENDE AIRE El negocio se abre todos los días a las seis de la mañana. La cortina sede a la fuerza que María le infringe: potencia real, no aquella con la que se adorna a las mujeres para compensar el lugar que como respaldo de silla tienen en un mundo hecho por hombres. Ella es verdaderamente fuerte; los músculos de sus brazos muestran poder. Sus bíceps saltan como si por dentro de cada uno de ellos durmieran roedores. La otra fuerza se incuba en el fondo de sus ojos, donde titila la luz de una vela que ilumina la habitación de los temores. María vende aire; día a día su clientela acude por una dotación extra del insumo intangible. La ganancia suele darse de manera inmediata, para el que vende y el que compra. No es un bulto que requiera de transporte, todo lo contrario, su peso es extremadamente discreto, acaso produce un ligero cosquilleo. La estrategia para la venta es sutil: por recepción cuatro varillas que sostienen en forma rectangular una mica y sobre su transparencia un jarrón donde moja el tallo una gardenia. Su afán es hipnótico. A ratos se para en la entrada, recarga la mano en el picaporte. La gente se acerca a la desnudez de la puerta para mirar la flor que flota sobre el soplo de vida. Le gusta ver la sorpresa, el desencanto, la disipación del espejismo. -¡Vamos, entre a la sala y llénese de aire! -Lo invito a sentir como este insumo penetra en su cuerpo, como se despliega dentro de usted y por todos sus caminos.- Adelantan la nariz siguiendo el perfume que danza y surca desde la entrada; es la gardenia en la estancia. Pintado de rojo un pasillo simula el cayado aórtico. En el umbral se agolpa el aroma, haciendo del preludio algo inquietante, entonces de una bocina escondida en la cavidad del aire, como si fueran sienes palpitantes se puede escuchar un latir, un corazón que marcha sobre la suavidad, sobre la luz blanca que emana del piso allanado de algodón. Ya están en la estancia donde se da prioridad a la inspiración. El truco mercantil hace que domine el sentido del olfato. Los espejos cubren las paredes, obligan a mirar el reflejo de quienes vienen por aire. Los sacos de su mente tienen nudos y dentro vericuetos, un laberinto de mazes; el aire es la mejor vía para entrar en ellos. María inicia la venta, advierte: -En las primeras sesiones debo ser cuidadosa. Las raciones apenas serán como el paso de una pluma que acaricia la membrana de la atmósfera, seria fatídico una sobrecarga.- -Me doy cuenta que están acostumbrados a vivir con la medida que puede aplicar una diminuta aguja, apenas la requerida para llevar la rutina que les fue asignada, la que los mantiene girando sin oponer resistencia en un torbellino ajeno a su voluntad, enloquecidos por su falta de peso.- La música es aliada del aire, penetra por caminos oscuros, dando luz al sentimiento. El tiempo les asusta, miran el reloj como si mirasen en él la cara de su enemigo; le deben lo que no tienen. El temor les invade ante el fraude por deudas consigo mismos. En un extremo del salón, sobre una mesa de vidrio, descansa el aparato que emite la música. Y en medio surgen las deliciosas emociones de las personas. Sus ideas por un momento descubren la belleza. La marioneta despierta, los nudos de sus rodillas chocan y luego se coordinan, la coreografía expresa el sentir, el pensamiento, vibran los sueños. Y, como en los encuentros… La tos sobreviene cuando su corazón se siente rebasado, como si el aire fuese un extraño visitante osco y huraño, que interrumpe su andar aletargado. La angustia se refleja en el espejo, cierran los ojos, el Calibán domina sus ideas. Los anima; les explica que esto pasa, que deben seguir las instrucciones: -Poco a poco, deje que su cuerpo se acostumbre, luego todo será ganancia.- Es difícil, están aquí, pero en su mente aparece el estribo resbaladizo que los conduce a canjear el aire por un resoplo que se multiplica en la mano que los estrangula con diez dedos. Algunos se entusiasman y regresan cuando al cabo de dos o más sesiones un nutrido ejército de hombrecillos invisibles marchan sobre ellos; les pellizcan los brazos, las piernas, detrás de las orejas. Algo pasa, su corazón aletea, adquiere personalidad, toca las paredes de su prisión, se hace visible, ruboriza con su presencia las mejillas, lanza con fuerza serpentinas rojas. La danza frustra los enigmas. Siguen día a día las sesiones, se miran en el espejo, tímidamente se descubren. La espalda deja por instantes su carga, las piernas obedecen al ritmo que les marca el beat de la música. Los preceptos de María llegan hasta este día, ya no son sustentables. Fuera de su ámbito de trabajo, el gas denso enloquece a más de uno, la competencia se vuelve desleal. Los caprichos desencadenan en adicción, el apetito de los consumidores reduce la visión que tienen de la vida. Sin conciencias, María se queda sin trabajo. Sus trescientos sesenta y cinco relojes se sofocaron. María ya no vende aire, un intenso perfume embalsamo el estudio; el negocio se nubla y con el sus emociones. En la acera que da paso a la venta de aire se juntan los avisos de embargo. La gardenia se constriñe, el agua limpia se reduce por debajo de una línea amarillenta, parece envenenar el delicado sesgo de su punta. El retrato que la vida hace de nosotros se va desdibujando, pierde naturalidad y brillo. El tiempo sonríe al presente. Con el paso de los años el consumo del aire incrementa su costo sin importar la necesidad vital. María aspira el aire que se filtra por los cristales rotos de la puerta. Al principio se aferró; con la mano en la perilla y la sonrisa almidonada, sostuvo el sueño de vender el aire, pero igual que la tienda de abarrotes, vino el gigante con un enorme complejo donde el nuevo brillo se llevo todo, dando al traste con el negocio. El pulso de María comenzó a desentonar; le fallaron las extremidades y sus sentidos se deterioraron. Se convirtió en una horrible marioneta. LETICIA DIAZ GAMA